Las últimas excavaciones arqueológicas realizadas en el Cerro de Santa Catalina demuestran que este área estuvo habitada desde hace 4.000 años. En el siglo III antes de Cristo los íberos levantan muralla y torreones que las legiones romanas arrasaron. La nueva ciudad romana delimita barrios y consolida la muralla. La construcción del castillo comienza con la llegada de los árabes a la península.
Durante el emirato de Abd al-Rahman II la ciudad se convierte en cabecera de una extensa cora. Sus gobernadores se establecen en el alcázar viejo, el área más antigua oculta desde mediados del pasado siglo por el parador de turismo.
Trás la victoria cristiana en las Navas de Tolosa, Jaén es una ciudad codiciada por el reyes de Castilla. Fernando III el Santo la asedió hasta que finalmente fue entregada en 1246 por Al-Hamar, rey árabe de Arjona, que se declaró vasallo del monarca cristiano y obteniendo a cambio permiso para fundar en Granada el rey nazarí.
Cuenta la leyenda que Santa Catalina de Alejandría, una de las patronas de las órdenes militares de caballería y muy venerada en Jaén, se apareció una noche en sueños al rey Fernando cuando este iba a desistir de su empeño en tomar Jaén. Lo animó a continuar y a los pocos días entró en la ciudad y colgó su escudo de armas sobre la más alta torre del alcázar viejo.
La primera decisión del rey de Castilla fué edificar un nuevo alcázar en la zona próxima a la cresta rocosa del cerro. Este es el castillo que hoy en día visitamos.
Lo primero que sorprende de él es su emplazamiento y el ancho paisaje que se divisa a su alrededor. Pocas fortalezas de España tienen un horizonte tan ancho y abierto.
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